miércoles, 12 de diciembre de 2012

8. A sal y plástico

-Se necesita un tercer acto –me decía Inés, inmersa en sus apuntes de literatura.

-¿No vale sólo con dos?

-No, es como si después de los preliminares y de hacerlo, no me hicieses tener un orgasmo. Aunque... espera... –dijo riéndose y haciéndomelo pasar mal.

Se me acercó, me dio un beso y, pese a mi insistencia, se hizo a un lado y continuó estudiando dramaturgia. Entonces me vi como si me mirase desde el techo, allí sentado, mirando hacia el techo y tratando de encontrarme. Al menos allí no me encontraba, o quizá no quería encontrarme.

El concierto terminó pronto aquel día y nos sentamos en la terraza de una heladería que aún estaba abierta.

-Me vas a dejar, ¿verdad? –me preguntó Inés con sencillez.

Me quedé mirándola. Sabía tanto como yo que aquello tenía que llegar a su fin y, simplemente, daba la casualidad de que justo el fin era aquel día. Afirmé con un movimiento de cabeza y una media sonrisa que señalaba lo inevitable.

-¿No es un tópico que me dejes en una pastelería? –se soltó con un nivel de voz que atrajo la mirada de algunos curiosos. 

-Es una heladería.

-Lo mismo es.

-Yo te iba a dejar después, con todo. 

-Eres un mierda.

No contesté y se limitó a seguir saboreando lentamente su helado de chocolate y nata con sirope, mirando a la gente de alrededor y empezando a llorar en silencio, sin un sollozo. El rímel dibujaba las lágrimas en sus mejillas, le brillaban los ojos y en sus labios había una sonrisa triste que la hacía estar preciosa. 

-Venga, vámonos a otro sitio. 

-¿Es que ya no me quieres? –me preguntó en un murmullo.

-No tiene nada que ver con eso. Claro que te quiero.

-¿Entonces?

-Hay más cosas que el amor –afirmé como si aquello lo explicase todo.

-Si me quieres no tendría por qué faltar nada.

-Entonces será que no te quiero.

Se quedó callada de golpe, como si de verdad pensase que no la quería, como si tratase de convencerse de que la dejaba porque simplemente yo no la quería, como si se limitase a atar cabos.

Inés siguió tomándose su helado y, como podía, aunque no sirviese para nada, se limpiaba las mejillas con un pañuelo de papel. Al final se manchó el vestido de helado y me reí al verla luchar contra aquella situación, el helado y sus lágrimas. Me incliné sobre la mesa y extendiendo la mano le acaricié la mejilla para tranquilizarla. Se quedó mirándome, paralizada, y me acerqué para besarla.

-No, no, ahora no me beses –musitó. Pero no se apartó. Sus labios sabían a sal y plástico, a lágrima y maquillaje. 

Después, de repente, se levantó llorando y, gritando que era un imbécil, lanzó el helado contra la mesa, salpicándome la cara con lágrimas de chocolate. Después se largó atravesando la terraza de la heladería y molestando a todos los clientes.

La gente me miraba como si les hubiese agriado el helado y, sin más, limpiándome con las manos las gotas de helado de la cara, me limité a reírme a carcajadas. 

Traté de huir, aquella vez andando, pero todos los caminos llevan al Baco, que estaba abierto, a oscuras, a solas con mi alma.

-Va y se pone a hablarme de amor. Qué susto –le dije a Yoel mientras levantaba el tercer último whisky y me reía sin querer reírme. Iba a animarle a brindar pero Yoel no bebía más que té y cosas de esas y me pareció peligroso mezclar en un mismo brindis mi pequeño escocés con a saber qué bebía Yoel.

-Me estás liando. ¿Quién te hablaba de amor? ¿Inés o Alma?

-Qué más da. Las dos. Yo qué sé. ¿Crees que he hecho bien? –le pregunté a Yoel.

-Le ibas a hacer daño tarde o temprano.

Charlar con Yoel era como hablar conmigo mismo, más que nada porque él ni siquiera hablaba, tan sólo respondía con lo que yo mismo debía pensar. Todo era un monólogo pero con la reconfortante sensación de que no tenía que pensar por mí mismo, sin la necesidad de ponerle palabras a todo lo que en realidad yo pretendía esconderme. Terminaba por ser duro, pero al menos era un chupito de realidad que pasaba ligero, sin abrasar la garganta.

-Ni siquiera tenía ganas de hacerlo, estaba mareado, pero...

-... la llamaste de todos modos.

-Sí, aunque, qué más da, la acabo de conocer y ni siquiera pensaba que Inés iba a venir.

-La llamaste para que te dijese que no.

Maldito Yoel. Quizá tendría que haber llamado en su lugar al Chupacabras. Ahora mismo estaríamos cantando, borrachos y tirados por el suelo del Baco, mientras Dionisio cogía la escoba y nos barría hasta un rincón oscuro en el que no molestaríamos a nadie. Incluso Julio podría ser reconfortante, siempre que no tuviese que aguantarlo por la mañana. En cambio Yoel... Yoel tenía toda la razón del mundo.

Alma salió de la habitación, dejando un vacío terrible en la cama, a mi lado, dentro de mí y a todo mi alrededor. La idea daba vueltas por la habitación y cuando supuse que Alma y Carol estarían dormidas, la llamé por teléfono.

-¿Vienes a pasar la noche al piso? 

Se hizo el silencio al otro lado de la línea.

-¿Hola?

-Sí, sigo aquí, tranquilo –contestó Inés-, pretendía hacer un silencio dramático.

-Funcionará mejor en el teatro.

-Sí, sin duda.

-Entonces...

-Tengo novio, Martín.

-Yo tengo dos novias. Si a ti te da igual, a mi me da igual.

Volvió a hacerse el silencio y entendí que volvía a ser un silencio dramático, un silencio dramático demoledoramente eterno que se interrumpió cuando el móvil empezó a vibrar entre mi mano y mi oreja.

-Perdona –dijo Inés cuando descolgué su llamada-. Se me había acabado la batería.

-Me lo imaginaba.

-Voy.

-No toques al timbre que estoy en la cama. ¿Tenías unas llaves, no?

-No, ya te dije que no tenía llaves.

-Inés... –insistí. 

-Vale, en nada estoy allí. 

Llegó cuando la habitación aún estaba dando vueltas alrededor de mí. Ella se acercó desde la esquina superior del techo y se quedó mirándome, riendo y negando con la cabeza.

-Déjame adivinar. Por tu estado o vienes del dichoso Baco o de un concierto.

-Bingo –acerté a decir mientras la miraba acercarse desde la izquierda y la derecha a la vez. 

Dejó la chaqueta y el bolso en una silla y se echó en la cama junto a mí, abrazándome y comenzando a besarme el cuello y el pecho. 

-¿Ya estás desnudo? –se rió mirando debajo de las sábanas.

-En calzoncillos. Así va todo más rápido. 

-Entonces te los tendrías que haber quitado –dijo Inés quitándome la ropa interior y comenzando a tocarme.

Intenté desnudarla pero la ropa se movía en todas direcciones y no conseguía desabrocharle ni siquiera un botón de la camisa. Al final se quitó la ropa y se puso encima de mí. Inés tenía los pezones rosados por el frío de la habitación y tenía erizado su breve vello púbico. Le gasté una broma sobre el contraste entre el tinte rubio de su pelo y la pincelada negra que escondía entre sus piernas.

A duras penas consiguió que estuviese erecto y tuvo que luchar para ponerme el condón. La dejé hacer, que ella marcase sus ritmos y yo me limité a verla dando vueltas alrededor de mi pene, sobre mí, jadeando y sudando, viendo como sus pechos subían y bajaban a cada arremetida, como se movían de izquierda a derecha en un giro etílico. 

El ritmo se aceleró y yo cada vez me sentía más mareado. Se apretó las tetas y se tocó su sexo cuando llegó al orgasmo.  Se quedó quieta, con mi pene dentro de ella, recuperando el aliento y, al final, con cuidado, se la sacó, bajó de encima de mí y me quitó el condón. Hizo amago de ayudarme para que me corriera pero le dije que daba igual y se acostó a mi lado, colocando su nariz fría en mi cuello.

Inés olía a sudor y perfume, el mismo perfume que siempre había usado, el mismo perfume que ahora viajaba del pasado para inundar la habitación. Me vino a la mente el olor de princesa de Alma cuando se quitó el vestido y lo imaginé luchando contra aquel olor postcoito que Inés habría traído al cuarto. 

-Te comportaste como un capullo –me dijo tras un rato en silencio.

-Yo también me quiero. 

-Yo te quería.

-Quizá hasta aún lo hagas.

-¿Y tú? Dijiste que me querías.

-Y lo sigo diciendo.

-¿Que me querías o que me quieres?

-No me pidas tanto, mujer. 

Nos quedamos callados y no sé cuál de los dos se dormiría antes, sólo sé que cuando desperté ella ya estaba vestida. Me dio dos besos y me dijo que se iba, que quería ir a casa a darse una ducha, que había quedado con su novio. Cuando dijo “novio” sentí una patada en el estómago pero no dije nada. Salió de la habitación y a través de la puerta entraba el aroma de café y algo dulce, quizá pastitas de canela como las que nos había dado Carolina en su piso. Al parecer ellas dos ya estaban en pie. Quizá tendría que haber avisado a Inés. 

Rebusqué en la habitación hasta encontrar los calzones y, tras marearme al agacharme a recogerlos, me los puse, me lié un cigarro y salí a la aventura. Otro día de resaca, otro dolor de alma.

Fui a beber whisky pero el whisky se alejaba, lentamente, hasta que escuché el crujir del vaso chocando contra el suelo. 

-Ya van dos –dijo Yoel haciendo una seña a Dionisio que ya traía otro whisky, esta vez en un vaso de plástico–. No le pongas más, hombre... –escuché su voz que se quejaba. Yoel sonaba como si estuviese muy lejos, lo veía frente a mí como a través de un espejo empañado. 

Miré como Dionisio recogía el vaso y le dije que lo lamentaba con una voz pastosa que me costó reconocer que era la mía. 

-Quizá no deberías tener tanto miedo a comprometerte. También existe eso que llaman “amistad”, ¿sabes? –me decía Yoel mientras me sujetaba a la silla para que no me cayese de lado. 

-Rutina...

-¿Miedo a la rutina? Mírate, has convertido esto en una. 

-Se largaron sin más –le dije huyendo de Yoel-. Cuando salí de la ducha ya se habían ido, no dejaron una nota ni dijeron nada. 

-Ya estaba todo dicho, ¿no?

-Supongo que sí.

-O quizá no –me indicó Yoel haciendo que mirara a una chica que hablaba con Dionisio. Dionisio me señaló e Inés se acercó a nosotros. Había venido a rescatarme de Yoel y de su extraña y persuasiva forma de hablar. 

-Pensaba que no vendrías –le dije a Inés nada más acercarse.

-No habría venido si no fuese necesario –dijo con voz rara.

-Menos mal porque era necesario. –dije acariciándole la mejilla.  Inés me miró extrañada y se quedó paralizada, mirando a Yoel que negaba con la cabeza. Me acerqué a darle un beso. Sus labios respondieron al principio pero rápidamente se endurecieron e Inés cerró la boca. De repente noté un terrible golpe en la cara. De la hostia que me dio me saltaron las lágrimas y se me fue el whisky a los pies.

-Tenemos que hablar –dijo Carolina apartándose de mí y tocándose la dolorida palma de la mano-. Es por Alma. Problemas.


4 comentarios:

  1. Vaya, al final has sabido como salir de la trampa.
    Me ha gustado mucho el inicio del capitulo, tercer acto, ella si que es actriz y sabe como va esto.
    Luego cuando vas a la escena en presente, en el Baco, contándole la movida a Yoel, esta muy bien llevado, con ese "me estas liando", no olvidemos que ahora Martín tiene dos frentes abiertos,dos mujeres.
    "-La llamaste para que te dijese que no." Esto ya deja entrever, que este tío tiene un lío de cojones, y que buen amigo Yoel, permitiéndonos conocer mas al personaje.

    Por otro lado tengo que decirte que me resulta curioso , que en todos tus relatos, el protagonista nunca se corra. ¿Pero por qué eres tan malo,hombre? Sabemos que no se merecen nada, pero aquí ya les estas jodiendo la vida a todos.

    Y por último, dejas un final muy muy bueno a Noelia, ahora queda esperar para saber que le sucede a Alma.
    Y me quedaré sin uñas para entonces.

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  2. Confusionado decía, algo mejor que lo que da a entender el relato de Lucia que le dejaba hecho un trapo. Te escapaste por poco, jejeje.
    La historis sigue abierta y sin compromisos, aunque cada vez más interesante. ¿Sus labios respondieron como acto reflejo o existe una atracción oculta de Carolina también? Lo divertido de todo esto es que uno puede trazar una ruta en su mente y el siguiente autor/a puede cambiar el rumbo.
    Y sin embargo leyendo la historia de seguido se aprecia coherencia en la trama, tanto externa como interna, lo que merece felicitaciones.
    De Ines al Baco trazas una justificación coherente para Martín, aunque le dejes perdido, el relato me gustó mucho. Y bueno, al menos deja que se corra el hombre, ya que le liasteis que al menos sea por algo. También es cierto qu el que no lo haga da fuerza a la confusión que le embarga. Pero pobre Ines, que sensación le quedaría después de ir hasta allí...

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  3. Muchas gracias a los dos por los comentarios.
    Escaparse por poco y salir de la trampa. Lo cierto es que al final se reduce a eso, mirándolo bien en realidad salgo por la tangente de una forma exagerada, pero creo que me sirve para continuar.
    He seguido centrándome en mi personaje (como siempre), contando su vida y dejando de nuevo que se entrecruce con la vida de Carolina y Alma con ese final metido sin guantes y con las manos frías (aprovechando el recurso fácil de cortar por lo sano, propio de los relatos por partes). No he sabido crear una tensión como la de los capítulos anteriores, pero le paso la bola a None para que idee las consecuencias del capítulo anterior sobre Alma y Carol, yo me he encargado de presentar esos episodios del pasado, la forma de sentirse,etc.
    El pobre Martín lo tenemos hecho un desastre, habrá que darle una alegría alguna vez. Aunque sin duda se merecía esa buena hostia de Carolina que tuve el placer inconmensurable de escribir, a ver si despierta.
    Lo de que no se corra forma parte de la mitología. A mí esos detalles con un final a medias, sin final, o de sólo dos actos, me encantan. Para mi le da más magia que si se corriesen los dos a la vez por amor a la sincronización.

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  4. Los tres últimos capítulos forman la ronda de "las putadas". Primero yo le dejo marrón a Lucía, ella te lo pasa a ti y ahora tú me lo devuelves.

    En efecto, te has salido por la tangente y has huído del problema que te planteaba Lucía. Sin embargo has sabido no dejar la historia vacía, has metido mucho jugo del pasado de Martín, de sus quebraderos de cabeza, nos has dejado conocer mucho más de él.

    Y ahora me haces a mí pensar qué pasa con Alma. Espero saber estar a la altura de las circunstancias.

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